Cómo ir a Bilbao, perder una liga y volver con una huelga de taxis (día 7)

Posted: sábado, mayo 13, 2006 by Cum on feel the noise in
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Sábado 8 de abril.

Aún en el día de 41 horas (Destino: Bilbao)


Al llegar a casa, mi padre me dijo, ¿a qué hora nos vamos mañana? Y yo pensé “…si debo estar al menos una hora antes de que salga el tren para comprar (yo le dije que “recoger”), a las 8.45. Pongamos 8.15-8.30 para ir más holgado de tiempo.

(00.30 h.): Desde esa hora ducha, cena, hacer la maleta, comprobar y poner a cargar el portátil. Todo listo. Soy un manojo de nervios que además no es capaz ni de dormir por temor a despertarme tarde (mi profundo sueño puede más que una legión de despertadores).

A eso de las 4.00 estaba todo comprobado por duplicado. Y en el curso de las comprobaciones, descubro que falta un cable del portátil (el de la conexión a la red telefónica, y es que no tenía conexión para la red wifi). Así que antes de ir a la estación de Santa Justa, había que ir al periódico.


Serían las 6.30 cuando decidí que no podía seguir metido en la cama con la luz apagada sin poder dormir, así que desayuné, me afeité y poco faltó para que me pusiera a hacer encaje de bolillos para calmarme. Pasé por el periódico y en la estación pasé a toda prisa a la zona de compra de billetes. Compré el último a Madrid (y eran las 8.30). Primera etapa superada.

Sabía que llegaría a Madrid. ¿Después? Crucemos los dedos y a ver qué pasa.

A duras penas bebí agua en la estación, compré un periódico (de la competencia, total, ya sabía lo que publicaba el mío) y me fui al tren. Mi primer viaje en tren.

“Cateto a babor” era una película protagonizada por Alfredo Landa. A mis 21 años era un cateto de pueblo haciendo una locura. Como buen cateto no encontraba mi vagón y cuando al fin lo encontré me acomodé en mi asiento y me relajé. El cambio de vías ralentizó el viaje (cuando éste acabó la previsión de llegada era de más de un cuarto de hora de retraso), pero cuando pasó ese episodio me limité a leer el periódico y a dar una pequeña cabezada. A mitad de camino decido usar el portátil, pero ¡sorpresa!, no funciona. Llamada a Ismael, quien por supuesto no se lo explica, pero así me encontraba. Sin ordenador. Incauto de mí, recorrí los lavabos buscando un enchufe, pero fue en vano. No había nada que hacer.

La llegada a Madrid fue puntual (13.00) y ahora quedaba comprar el billete para el AVE. Manuel “el cateto” buscó el lugar donde comprarlo y encontró una serie interminable de colas, para viajes a realizar en el día y posteriores. A la cola de posteriores. Cogí un ticket (690 y tantos), y el número de la fila era el 474 o así.

Tenía que coger el autobús a Bilbao no más tarde de las 15 horas (salían uno cada hora) para poder estar en el hotel a una hora en la que aún pudiera trabajar, y en ese momento pensaba más en la cara que pondrían mis padres cuando me vieran volver el mismo día en vista de que no podía llegar a Bilbao o en las horas que podrían pasar hasta que llegara mi turno. Pocos minutos después un señor de color (color negro para más señas) dijo: “tengo un ticket que no voy a usar, ¿alguien lo quiere?”. No sé por qué, pero di un brinco y lo cogí. Resultó ser el 476 ó 477.

Diez minutos después de hundirme, ya sabía que podría volver de Madrid a Sevilla. Quedaba llegar a Bilbao.

Ahora, a buscar dónde comprar los billetes de metro para hacer transbordo en las líneas 1 y 6 y plantarme en la estación de Méndez Álvaro, donde compraría el billete de autobús. No me perdí en el trayecto y perdí el que salía a las 14 horas por ocho minutos. Almorcé en un restaurante de la estación, donde una gran pantalla retransmitía un Gran Premio de Motociclismo (debía ser Qatar o alguno de esos países de Oriente Medio con muchos petrodólares).

Llamé a Horacio para ponerle al día de mi periplo (camino de ser Odisea) e informarle de que no tenía ordenador, y que la iría pensando en el autobús e incluso, se la iría dictando para adelantar trabajo. A las 15 horas subí al autobús y dos horas después me quería bajar. No paramos hasta las 18 en Lerma (Burgos) y mis piernas estaban entre dormidas e insensibles. Hablé de nuevo con Horacio para ponerle al día de mi escaso adelanto de trabajo. Poco después, otra sorpresa.

El compañero del diario AS Gabriel Galán me llama para decirme que la edición de Sevilla sacará una previa a una página del partido cuando el día antes me dijeron que la harían desde Bilbao. Doble trabajo y sin portátil.

Llegada a Bilbao, pero antes, el paisaje. Agreste, extraño para un sureño (y "cateto"). Dejar atrás Burgos y entrar en Euskadi fue un cambio radical en las vistas. Carreteras estrechas, continuas subidas, montañas y valles, prados verdes y un inesperado radiante sol. En Bilbao, un poco de frío (son las 20 horas) y un bonito metrocentro (diseñado por Norman Foster, me dijeron).

Con el móvil ya como una extensión de mi oreja cargué con las dos maletas buscando la línea correcta (el hotel estaba a 100 metros del Guggenheim) mientras pedía que en Sevilla me localizaran la designación del árbitro, que resultó ser un tal Lejarazu o Lejarzu Prieto (completamente intrascendente). Una señora me guió desde la salida del metro por las calles de Bilbao hasta el hotel (bordeé el museo y lamenté no entrar) y noté ese frío que cala pese a que el sol aún guarde fuerzas para iluminar. Frío sol del invierno (pero en abril).

En Bilbao hay un puente idéntico al sevillano de la Barqueta en versión reducida (diseñado curiosamente por el mismo Santiago Calatrava), aunque al vizcaíno tuvieron que rayarle el suelo para evitar que se formaran placas de hielo en invierno a fin de que los transeúntes no se resbalaran.


21 horas (Llegada al hotel). Recojo la tarjeta de mi habitación (séptima planta) e intento abrirla infructuosamente. Bajo a la recepción y me hacen una copia de la propia tarjeta. Pero el “cateto” sale a relucir. Una empleada del servicio del hotel que recogía una habitación me enseñó a abrir la puerta, y cuando lo hice, pude soltar el lastre. Desde Sevilla me pedían páginas en vista de algún que otro bramido por parte de algún que otro jefe pero antes tenía que cerciorarme de algunos detalles. El compañero Galán adelantó parte de su trabajo pero antes de centrarme en redactar, volví a bajar.

En mi primera visita a recepción averigüé que la plantilla se hospedaba en la tercera planta, así que tomé el ascensor y me asomé por allí. Rocío López y Nadia (otras 2 de las 23 razones por las que sigo al equipo) me saludaron sorprendidas y las acompañé a la planta baja, a donde iban a cenar (¡comida!, pensaba yo).

Con la sorpresa general (¿qué pintaba allí? era algo que me comenzaba a preguntar hasta yo), lo que ya apuntaba a ser un sucedáneo de periodista saludó a los/as presentes, incluidas alguna madre (la querida Ana –madre de Nadia para más señas-) y el entrenador. Tenían cobertura informativa más allá de la emisora de radio oficial del club (el querido Germán Mora).

Resueltas las dudas, a escribir. Mientras redactaba la previa para mi periódico, la dictaba para el AS vía móvil.

(22.55 h.): no funcionaba la conexión telefónica a internet desde la habitación, por lo que bajé de nuevo para enviar el archivo a Sevilla a una sala de informática que tenía el hotel (y que cerraba a las 23 h.) y recoger la maqueta de la crónica que tendría que usar al día siguiente.

A las 23.05, con todo listo, me podía permitir respirar, y darme una ducha.El restaurante del hotel cerrado, el cuerpo técnico, delegado de la expedición (Ramón Somalo, presidente de la Federación de Peñas), padres y alguna persona más charlaban con algunas copas de por medio mientras el amigo Mora y Nadia veían el Celta-Valencia. Los saludé y volví a mi habitación. Y Paco Mesa (preparador físico) no paraba de hablar con Amparo (compañera de fatigas de Chabe en la retaguardia nervionense).

Parecía que por la cama de mi habitación había pasado un batallón de infantería (llena de papeles desordenados con indicaciones múltiples sobre el partido) y por mi cuerpo, el batallón de infantería y el de marina. La ducha, como la de Bill Murray en “Lost in Translation”, no se ajustaba a mi altura. Tal vez Pau Gasol alcanzaría la alcachofa, pero yo no, y cuando lo logré, se me escapó el chorro de agua de forma que el suelo se encharcó levemente. Todos somos “Cateto a Babor” alguna vez en la vida, y yo no iba a ser menos.

Ya duchado, y sabiendo que el restaurante estaba cerrado, y visto que Germán se cansó de esperar para que procediéramos a descubrir la nuit bilbaína, busqué comida para empezar.

Me aventuré en una ciudad desconocida (00.30 h.) y después de unos cuatro intentos, encontré un lugar abierto. Filete de lomo y huevos fritos con patatas. (Sí señor, volvía a ser persona). Le tocaba el turno a la expedición nocturna. El objetivo era el célebre casco viejo, y a buscarlo fui.

La noche por allí es como la de Sevilla, pero con un frío como el de la comunión de Pingu. Por lo demás, borrachos y chicas con abrigos que terminaban a la altura de sus cinturas (¿por qué lo llaman falda cuando quieren decir cinturón?).

Después de un rato dando vueltas, salí a un plaza y me dije, Manué, o te vuelves, o te mezclas con los lugareños. Obviamente, hice lo segundo. Un grupito de bilbaínas muy simpáticas (y guapas, también hay que decirlo) me situó geográficamente y después de compartir algo de la botellona que tenían preparada, les acompañé en su salida nocturna. En algún momento entre las 4 y las 5 decidí que había que regresar al hotel. Lo hice sin perderme (la naturaleza es sabia y me dotó de un GPS natural que me llevó sin pérdida alguna a mi destino) y esta vez sí, entré en mi habitación a la primera.

Ya con el pijama puesto, había que recogerlo todo, pensando en el partido de unas horas después (empezaba a las 12.00 h.), ordené los papeles y traté de cargar la batería del portátil por si llegaba el milagro y funcionaba.

Iñaki Perurena (el levantador de piedras) entrevistaba en su programa de la ETB a un señor de espaldas tan anchas como él (desconozco cómo ambos salían en el mismo cuadro en un televisor de no más de 17 pulgadas), y visto que Euronews no ofrecía nada más interesante que un reportaje sobre las elecciones italianas, me deslicé entre las sábanas y dormí.

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